.
La primera cosa que se nos ocurre hacer
con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de él, escucharlo,
procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida
y regalarle lo que más quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que
más le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle
comodidad y comprensión.
Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo mismo.
Ahora, me pregunto: ¿Por qué no hacer estas cosas con nosotros mismos?
Sería bueno que yo me cuidara, que me
escuchara a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme
las cosas más fáciles, de regalarme las cosas que me gustan, de buscar
mi comodidad en los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que
quiero, de escucharme y comprenderme.
Tratarme como trato a los que más quiero.
Pero, claro, si mi manera de demostrar
mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos
y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de
relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta
que me acuesto.
El mundo actual golpea a nuestra puerta
para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer,
sufrir y morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado
(les hace el juego a algunos comerciantes de almas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario