La capacidad de pensar, sin tener que convencer, ni discutir.
La capacidad de volar sin límites y sin esfuerzo.
La capacidad de caminar sin distraerte y disfrutando de lo que forma parte del camino.
La capacidad de observar con libertad, sin perturbar, ni sentirte perturbado.
La capacidad de oír sin tener que escuchar, ni interrumpir.
La capacidad de ilusionarte, soñar e imaginar sin crear incomodidad.
La capacidad de disfrutar de una flor sin robarle su aroma, ni condenarla a morir.
Y sobre todo la capacidad de entender, comprender y verte como eres visto por Él.
La verdad de Dios sólo se puede conocer en absoluto silencio. Pero no estamos hablando sólo del silencio exterior, sino también del silencio interior.
Si al cerrar tus ojos tu mente está en silencio, la puerta está abierta para entender y poder reconocer la realidad que te impulsa a vivir. Pero si no, es porque necesitamos aprender a hacer silencio, a callar todas las voces que nos confunden y desorientan para poder oír Su voz con claridad.
“Y por supuesto, sólo en profundo silencio podrás comprender lo que significa todo esto que acabas de leer y además, disfrutar de todas esas capacidades que Él nos ha dado”
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